domingo, 11 de octubre de 2015

Viviendo a lo cuerdo

He vuelto a sentir así, de forma casi imperceptible la necesidad imperiosa de escribir, y como siempre ha sido sobre algo que lleva rondándome por la cabeza muchísimo tiempo.

Se acercan los 18, cada minuto, cada segundo, los tengo más cerca, acechándome a la vuelta de la esquina.  Como toda niña del siglo XXI me he pasado mi infancia y adolescencia esperando con ansia mi decimoctavo cumpleaños, mientras la televisión, Internet, las revistas y todo lo que me envolvía retroalimentaba en mi cabeza la idea de que esa cifra es como una puerta a la libertad, el último escalón necesario para ser una persona independiente, para tomar mis propias decisiones. Al fin y al cabo, quién no ha recorrido los pasillos de este castillo en el aire en su adolescencia, cuando sus padres le han castigado sin salir, cuando ha escuchado anécdotas universitarias ajenas o cuando se moría de ganas de no compartir casa con su familia y tener un momento de intimidad para variar.  

En este contexto se esperaría de mi que estuviese pletórica de alegría, contando los días y sin embargo, me he visto, sin quererlo ni beberlo, en el más absoluto desprecio hacia los dieciocho.

Sí, claro que quiero entrar a las discotecas de +18, claro que quiero viajar sola, votar y ser considerada una adulta por todo el mundo ¿pero, luego qué?

Terminaré el instituto, predigo que con notas bastante aceptables, y con mucha suerte entraré en la universidad que quiera, a estudiar lo que me gusta, mientras sigo estudiando idiomas paralelamente y me saco el carnet de conducir, después quizá haga un máster, luego buscaré un trabajo que se ajuste a mi currículo, en el que gane suficiente como para independizarme y, si soy afortunada, daré con él y podré permitirme un diminuto y coqueto piso en el centro y luego…
Uy, espera un segundo, que en un momento he planeado como siete años de mi vida, así, sin más.

Qué ganas de correr tenemos, más que de correr, ¡volar! Vamos volando por la vida, siempre planeando lo que viene después, desde pequeñitos nos han enseñado a planificar cada detalle al milímetro, preocupados por si todo es lo mejor que puede ser, para no vivir en el caos y el desorden, para no ser de esas personas que ‘van por la vida a lo loco’, porque sería el fin de la civilización tal y como la conocemos.

Es curioso porque a mí lo que más me aterroriza es ir por esta vida ‘a lo cuerdo’. Y mira que soy una persona a la que le gusta que las cosas salgan bien, según lo planeado, esforzarte en algo y poder observar el resultado perfecto y pulcro de tu esfuerzo, especialmente si se materializa en cuestión de notas. Pero luego me invade ese sentimiento de decir ¿y para qué tanto esfuerzo? Sí, esa nota va a contribuir a una media que decidirá si entro en la carrera que deseo, que me permitirá acceder a ese máster, un máster que me abrirá las puertas a aquel empleo, sí, ese que logrará que pueda permitirme el pisito en el centro y… ¿Lo veis? Es el cuento de la lechera.

Esa forma de pensar, esa mentalidad planificadora y perfeccionista, casi obsesiva, que nos inculcan, no parece contar con el libre albedrio, ley de Murphy, como queráis llamarlo, el caso es que con que os falle una parte del plan, se os viene todo abajo y es ahí cuando acabáis haciendo algo que no os gusta, cuando tenéis empleos que os amargan porque hay que trabajar para vivir, cuando os casáis porque es lo que se hace, y llegáis quemados a vuestras casas todas las noches, cansados de vivir una vida que no es la que imaginasteis, porque algo se cruzó en vuestros planes. ¿Porqué no dejamos de imaginarla y la vivimos un poco?

Cuando hablo de mis grandes planes, siempre hay algún adulto que me salta con ‘bueno, tú no te ilusiones tanto, que la vida da muchas vueltas y no sabe uno donde acabará’.

¿Y no es acaso ese motivo suficiente para ilusionarse? ¿Acaso ser adulto significa perder la ilusión y la pasión por lo que está por venir?

Los adultos de mí alrededor han perdido sus pasiones, o bien las han rebajado al límite de lo común, de lo normal, de lo que cabe esperar de ellos.  

Como si estar loco por la música, los sabores y las experiencias nuevas, tener las emociones a flor de piel, enamorarse con una intensidad arrolladora y sentir el sufrimiento magnificado, tan solo perteneciese a una franja de edad, como si no estuviese permitido ser seres llenos de vida una vez se ha madurado.


A tal punto hemos llegado que cuando conocemos a un adulto apasionado lo catalogamos automáticamente de raro, de loco, como si no viviese de acuerdo a su edad y esto nos choca. Todos tenemos o hemos tenido algún profesor de esos que se emociona dando sus clases, que le pone unas ganas increíbles y ¡qué casualidad!, siempre son los que más huella nos dejan, los que más nos influyen y a los que más admiramos. Planteémonos porqué. 


Pues bien, yo estoy aterrorizada de cumplir los dieciocho, aterrorizada de convertirme en lo que se espera de mí, de verme obligada a meterme en esa cajita asfixiante a la que llaman ‘normalidad’. Porqué ser quien soy, ser esta persona extraordinaria en su singularidad, tan unida a sus pasiones como a sus miedos, que adora hasta el más mínimo de los placeres y no se priva de disfrutarlos, un híbrido entre hedonista y excéntrica, me encanta, ser quien soy me fascina, y si esto solo se debe a la adolescencia, entonces quiero vivir siempre apegada a ella, no me tratéis nunca como a una adulta, no quiero serlo.

No planeéis el mañana, dejad que fluya y si planeáis que sean locuras, no os privéis de todo aquello que verdaderamente queréis hacer por si no encaja, será aquello para lo que echéis la vista atrás con canas en el pelo, arrepentidos de no haber sabido ver más allá de las apariencias.

Por el amor de dios, dejad que la vida os sorprenda de vez en cuando, no hay una edad que os libere, solo vosotros tenéis la llave para vuestra felicidad, si siempre pisáis sobre seguro ¿qué gracia tiene tener dieciocho o veinticinco?

Yo no quiero ser esclava de la normalidad, ni una muerta en vida, desgraciadamente me la han planificado, al menos hasta el 9 de Junio y aunque eso me lleva por el camino de la amargura, después me he prometido a mi misma que viviré como en una adolescencia perpetua pero con la madurez de una adulta, con lo mejor de los dos mundos y siendo la mejor versión de mi misma, todos los días y ese es mi único plan.




PD: Para quien quiera que lea este testamento, si de aquí a diez años me ves por la calle, pregunta sobre mi por ahí, y si te hablan bien, la próxima vez que me veas, puedes escupirme por hipócrita.

                                                                                                                                -Nora.

domingo, 16 de agosto de 2015

La ridícula.


tweet de @PedroGaya82


Bueno, llevo varios días viendo rondar esta foto por mis redes sociales y como me está sacando de quicio hoy me he decidido a hacer un comentario al respecto.

El cambio de mentalidad comienza por asumir que la gente no viste para agradar a los demás, sino para sentirse bien con ellos mismos. Si yo decido ponerme un short que muestre medio culo, porque yo me siento atractiva y a gusto con ellos puestos, desde luego ni tú, ni nadie debería tener nada que decir al respecto, la ropa que lleve no determina nada sobre mí, y mucho menos estoy ridícula con ella. 

Puede que mi forma de vestir no encaje en tus estándares de normalidad o de lo que debería llevar una mujer de mi edad u complexión, incluso de lo que me favorece, pero resulta que estamos en pleno siglo XXI, y pienso ponerme un escote que me llegue al ombligo si yo me veo estupenda con él, y tu te vas a tener que tragar tus adjetivos denigrantes. Esta es la mentalidad que deberíais tener, señoras. 

¿Qué pasaría si todo el colectivo femenino decidiésemos que las camisetas negras de hombre son ridículas? ¿O las verdes? ¿O las azules? ¿Si nos pusiésemos de acuerdo para ridiculizar los cuellos de pico? ¿O los pantalones caqui? 

¿Dejaríais de poneros ropa con la que os sentís bien porque un grupo de personas ha decidido por vosotros y os ha dicho que estáis ridículos cuando os la ponéis? Pues no, y si la respuesta es afirmativa entonces necesitáis un cambio de chip con urgencia, porque nadie debería juzgaros o calificaros de ningún modo por ello. 

Me sorprende ver el gran número de mujeres que ha estado de acuerdo con esta foto, es muy triste que haya hombres que lo apoyen, pero es devastador cuando lo hacéis vosotras mismas. Puede que las que lo apoyáis no llevéis los pantalones así, pero sí vaqueros ajustados, por ejemplo; digamos que mañana deciden que los vaqueros ajustados son ridículos, ¿verdad que ya no os parecería tan gracioso? 

Otro concepto que debéis asumir de en lo que consiste ser feminista, es que el que no os encontréis dentro del grupo al que están ridiculizando o al que están criticando injustamente, no os exime de vuestra responsabilidad para defenderlo, sigue siendo vuestra causa y este mensaje va tanto para mujeres como para hombres, porque la lucha empezará a ganarse cuando ellos se nos unan también, aunque gracias a dios algunos ya lo han hecho. 


                                                                                                    -Nora.

miércoles, 8 de julio de 2015

Sex(ism) and the City

Contribuyendo casi sin quererlo al cliché de la chica deprimida que se hincha a llorar frente a la tele viendo cualquier pastelón romántico, mientras lo compara con su desastrosa relación, me encontré tragándome uno tras otro capítulos de Sexo En Nueva York como si no hubiese un mañana, solo que en mi caso yo no lloraba, más bien derrochaba indignación por cada poro de mi piel ante ciertas escenas de la serie.

Veréis, llegados a este punto Carrie (la protagonista, periodista y posterior escritora de éxito), acaba de dejarlo con su flamante novio Mr.Big (empresario, megalómano, magnate de vete a saber qué y rico), porque éste no ha sabido decirle ‘’te quiero’’ tras meses de salir juntos y no querer presentarle a su madre, así que Carrie con lagrimas de impotencia, decide cortar la relación justo cuando pensaban marcharse juntos de vacaciones al Caribe (algo que por lo visto hace todo neoyorquino cuando necesita ‘’tomarse un respiro’’).

Mi indignación nace de que en la serie se pasan media vida predicando el sexo sin compromiso y luego lo pintan como si en realidad las mujeres fuésemos incapaces de echar un polvo sin exigir una pedida de matrimonio a continuación. No hay serie americana y cosmopolita en que no se produzca el insufrible momento del ‘te quiero’ como si dos simples palabras lo cambiasen todo para la chica, ella no es feliz, no es persona, no vive, ni respira, hasta que él las pronuncia.


¡Ohhhhhh, pero qué bonito, qué romántico y qué machista!

Pintan al personaje femenino como una tontita que va detrás del tío, casi suplicando algo de compromiso por su parte, ‘’seamos exclusivos, preséntame a tu madre, dime te quiero, pídeme que me case contigo’’, me parece un retroceso enorme para la sociedad, y lo peor es que hay mujeres que ven esa serie y quieren ser la tontita y superficial Carrie.


Por supuesto que es importante que te digan te quiero, pero en las relaciones sanas normales, las que tiene la gente de a pie, las mujeres también tomamos la iniciativa muchas veces, me parece un insulto que nos hagan parecer tan dependientes del hombre, tan básicas y huecas de mente, mismamente como el personaje de Charlotte, cuya máxima aspiración en la vida es ser madre, hasta tiene un baúl donde ha coleccionado durante toda su vida complementos para su futuro bebé al que ya le ha puesto nombre, y desea casarse con alguien que tenga dinero, obviamente, porque quien sino va a mantener el tren de vida que lleva (ella no, claro, al ser mujer es por consiguiente estúpida e incapaz de compaginar trabajo y familia), ya que las mujeres neoyorquinas nacen, crecen y mueren con el único objetivo de follar, procrear y casarse para poder fanfarronear delante de sus amigas solteras de lo que las consienten sus mariditos empresarios, de los 500 dólares que se han dejado en un Luis Vuitton y de lo cansado que resulta asistir a fiestas ‘’pre-mamá’’, mientras toman en el té en un loft del Upper East Side.

Y una mierda, señoras, y una mierda, las invito a indignarse conmigo ante tales mamarrachadas y gilipolleces, primero nos engañan, nos muestran a personajes independientes, unas mujeres con un futuro brillante y una gran carrera, que posteriormente al aparecer un hombre en escena pasan a ser auténticos perritos falderos, sin voz, ni voto para dar ellas los pasos, siempre deprimidas por la falta de compromiso masculino y que solo saben conversar sobre tíos y sexo, venga ya.    
           

Nos bombardean con machismo a diario, en la televisión, en los libros, en las redes sociales, y vosotras os dejáis confundir porque emanan un perfume a comedia romántica, no os engañéis, queridas, es machismo con un envoltorio rosa chicle. 

                                                                                                   Nora.


jueves, 19 de marzo de 2015

La invariabilidad de los pronombres

Es bien sabido que
los pronombres personales
son absolutamente invariables,
y la poesía es en sí un homenaje a ello.

Por eso  siempre has sido y  serás
nadie más podría llenar mi vacío,
jamás habrá otra melena esparcida en mi cama,
ni los labios de otra sobre mi piel,
porque ella ya es otro pronombre.

Ella, es el pronombre más delicado,
es la chica del cuarto segunda,
la que nunca saluda en el ascensor,
y hace el amor con desconocidos,
la que se enamoró de su silencio.

Y luego estoy yo,
soy el pronombre más egoísta
te necesito a ti, y la necesito a ella,
pero solo me quiero a ,
y nunca habrá un nosotros.

Porque es bien sabido que
los pronombres personales
son absolutamente invariables.                                                                                                                                                                                                 
















           
                                                                                                         Nora. 
                                                                                                                

domingo, 30 de noviembre de 2014

Poesía.

Hay poesía no escrita
desde tu cuello a tu cintura,
invisible censura 
que condena mi ansia a muerte.

Hay poesía en mis labios 
y en mis manos temblorosas 
en tanto que desnudan,
recitan como Góngora:
'Machado quedó manchado
con la virginidad de tus blancas rosas'.

Hay poesía en el apagón
que provocan las chispas del contacto.
Cuando el éxtasis hace acto
¿qué digo acto?; poema.

Hay poesía hasta en las yemas 
de mis dedos navegantes,
que dejan huella en tu espalda,
grabada entre fuego y escarcha
una estrofa de Bécquer.

Hay poesía entre las sílabas
que deletrea tu orgasmo;
Apóstrofe en el sarcasmo
de rimarte con Bukowski.

Poesía, entre tibia y fría,
disuelta en el café de la mañana,
endulzando la existencia temprana
de esta amaneciente sinestesia.


Nora.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Breve relato:

Certificaron su deceso a las 19:48 del miércoles 15 de noviembre, pero a esa hora yo me encontraba ya a miles de quilómetros de allí, para ser exactos en París.
Puesto que nunca iba a vivir para verlo en pleno auge y esplendor, tampoco estaba dispuesta a presenciar su decadencia física y mucho menos su muerte; así que esa noche decidí marcharme de nuevo y dos horas después tomé un taxi hasta el aeropuerto. Compré un billete de ida, sin saber si quiera si habría una vuelta y dejé algo de dinero para quien quiera que fuese a hacerse cargo del funeral, en el que yo, por supuesto, no estaría.
Tenía ocho años cuando murió mi madre, recuerdo haber llevado un sencillo vestido negro, haberme sentado en primera fila y ver como una a una la gente depositaba rosas en su ataúd y me daba sus eternas condolencias entre lagrimas, recuerdo cada uno de los discursos emotivos y vacíos de personas a las que jamás les importó en vida y lo recuerdo a él, sentado a mi lado y el sonido de su llanto silencioso; fue entonces cuando comprendí que los funerales no son para los muertos, son para los vivos. 
Mi padre no volvió a ser el mismo desde entonces, su vida se redujo a su pérdida, movido por el sufrimiento y la autocompasión invirtió todos sus ahorros en proyectos literarios abocados al fracaso, tratando de recuperar su felicidad. Y yo, fui desplazada a un segundo plano. Él solía decir que era el vivo recuerdo de mi madre, quizá por eso decidió enterrarme junto a ella.
Cuando cumplí diecinueve me fui de Ámsterdam y nadie me pidió que me quedase; por suerte mi madre me había dejado algo de dinero en una cuenta bancaria, que mi padre no se atrevió a tocar, así que mi primer destino fue Londres, donde viví durante cuatro meses, luego Praga, donde pasé dos años y por último París, que hoy seguía siendo mi hogar.
Durante los últimos meses Jelle había estado enviándome cartas en las que me contaba sobre sus libros, que seguía preparando Hagelslag todas las tardes, haciendo incluso referencias a recuerdos de mi infancia, en un burdo intento de encarnar el papel de padre, como si su ausencia fuese tan sencilla de remendar como un vestido roto. Jamás respondí a ninguna, pese a ello él no dejó de enviarlas y yo no dejé de leerlas.
Hacía un par de semanas había recibido una llamada de mi tía Eline, la primera en veinticinco años y fue para decirme que mi padre se moría. De forma breve, concisa e impersonal me contó que le habían diagnosticado un cáncer terminal hacía unos meses, y del que solo se esperaba que sobreviviese durante unos días más. Comprendí que ese era el motivo de las cartas, que su última voluntad era recuperarme, y no iba a negárselo. 
Cogí un vuelo lo antes posible y me instalé en el hospital. Durante los días siguientes tomé su mano y dejé que llorase en mi pecho todo su arrepentimiento. Cuando el día trece el doctor me dijo que mi padre no sobreviviría las próximas 48 horas, supe que iba a marcharme. Le despedí con un beso en la frente y me detuve unos minutos en la puerta, observando cómo dormía tranquilo gracias a los sedantes y silenciosamente le perdoné.
He recibido hace unos minutos la llamada de mi tía para informarme, esta vez, de que mi padre ya ha fallecido y que se haría cargo del funeral, ni siquiera ha preguntado si yo asistiría, no ha hecho falta.
Me permito emocionarme durante unos segundos mientras miro hacia las concurridas calles parisinas, pero mis lágrimas son tan efímeras que casi podría decirse que no he llorando en trece años. Inconscientemente me pongo a caminar y escojo un recorrido arbitrario que casualmente me deja a orillas del Sena. Mientras observo el agua moverse con suaves ondulaciones me viene el olor a café del bar de la esquina y mi subconsciente evoca los últimos recuerdos felices que tengo de mi familia, las tostadas de Hagelslag de mi padre, siempre puntuales a las 5:30 de la tarde y al café recién hecho de mi madre que las acompañaba.
Me siento en la mesa más cercana a la estufa, ya que el otoño ha comenzado a calarme en los huesos y mientras espero a que me sirvan el café recapacito sobre la única duda existencial que se ha cernido sobre mí desde los ocho años, ‘’¿Mi padre creía en la vida antes de la muerte?’’. Siempre he pensado que no, ya que de haberlo hecho no me habría apartado así, ni habría esperado a enfrentarse a ella para recuperarme, pero ahora empiezo a pensar que tal vez su tristeza y su sufrimiento no eran tan sólo fruto del luto a mi madre, tal vez solo era un réquiem a la vida, tal vez amaba tanto nuestra vida juntos, de los tres, que se había pasado el resto de la suya lamentando la pérdida de ésta.  
Bebo el último sorbo de café y decido que yo también voy a amar la vida tal y como lo hizo mi padre, pero yo voy a hacerlo hasta el día de mi muerte y voy a amar su recuerdo, tanto como el de mi madre.

Miro de nuevo las aguas del Sena, ahora completamente llanas, antes de perderme entre las calles y por primera vez en mi vida, me siento libre.
                                                                                        
                                                                                                                                                      Nora.

lunes, 27 de octubre de 2014

Amor

De nuevo la gran pregunta  sin respuesta o con miles de ellas si así quieres verlo;
 ‘’¿Qué es el amor?’’
La única certeza que tenemos acerca de la respuesta es que ésta es muy relativa. Si bien al preguntar aleatoriamente a personas hemos obtenido varias coincidencias en cuanto a síntomas y consecuencias, incluso experiencias, a ciencia cierta nadie ha podido responderla con exactitud. Curiosa expresión, irónica dado el contexto ¿verdad? ‘a ciencia cierta’ y es que con todo lo que ha sido capaz de determinar la ciencia, de cosas tan complejas que escapan a nuestra comprensión e imaginación, en algo tan común, algo tan corriente que todos sentimos o hemos sentido, certificar qué es el amor es de las pocas cosas que no ha conseguido.
Por tanto, ateniéndome a lo ya dicho, creo que la única forma de acercarnos un poco a su respuesta es a través de las vivencias de cada persona; con la mía propia por ejemplo.
En el caso de mi experiencia personal lo que yo encuentro más relevante son sus consecuencias, no porque el proceso en sí no sea válido, es que me he replanteado demasiadas veces como fue enamorarme y muy pocas lo que ello provocó, cómo me convirtió en la persona que soy hoy.  Prácticamente nunca me he considerado la protagonista de mi historia, aun que, obviamente lo soy,( ¿quién sino? ).
Comencemos pues:
A la hora de explicarlo suena bastante común ¿no? Típica historia de cuando la cosa no sale bien, y en ese momento no importa el por qué no salió bien, solo importa esa presión que sientes en el pecho, ese dolor agudo que te destroza por dentro, que nada es capaz de calmar. Lloras, porque lloras más que en tu vida, pero ni por esas se alivia la presión.
El acmé de la situación llega cuando dejas de llorar, cuando tu cuerpo se ha acostumbrado a vivir con el dolor, cuando tu cabeza aprende a reaccionar ante esos momentos que provocan que se te seque la garganta y te fallen las piernas, cuando parece que el universo entero se ha aliado para meter el dedo en la llaga y que siempre te salga en el aleatorio esa canción, todos los chicos de su edad se parecen a él de lejos, incluso sonríen de la misma forma, (bueno, eso no, imposible), pero sientes que te vuelves loca.
Caminas por la calle pero ya no es como antes, ahora sientes que llevas una cruz en la espalda, que has sido marcada, te duele tanto que supones que se te nota en la cara, que todos son capaces de verlo; eres como esas cajas precintadas con cinta adhesiva donde pone con letras chillonas ‘¡Cuidado! Material frágil’, tan frágil que incluso tiene algunas partes rotas. En esos momentos habría deseado tener la capacidad emocional de una patata, mejor era no sentir nada que sentirme de aquella forma. Entonces es cuando te das cuenta, aprecias todo lo que te rodea con mayor claridad, nadie es capaz de ver que tienes el corazón roto porque la mayoría de ellos ya lo tienen o lo tuvieron, y probablemente no se deba a un tema romántico; te sientes tan estúpida, tan tonta, egoísta. Estás tú ahí sufriendo por alguien a quien ni siquiera importas, deseando no sentir nada cuando los sentimientos, las emociones, son precisamente lo que nos hace humanos, y mientras el resto del mundo sigue girando, con sus millones de personas que sufren más que tú y sus millones de problemas más grandes que los tuyos. Ahí es cuando sabes que ha llegado la hora de limpiarse las lágrimas con la manga, sonarse los mocos y pisar más fuerte que nunca.
Ahora ya no es solo esa canción la que te hace polvo, son todas las canciones deprimentes que tienes el móvil y lo que es más sorprendente, no paras de descargar una detrás de otra, solo para regodearte en la autocompasión y en el dolor, porque ya tienes aceptado que no se va a ir. Pero algo ha cambiado dentro de ti, estás dispuesta a sentir ese dolor, no te entristece, te enorgullece porque es tu experiencia, es tu vida, es tú corazón. Vives, existes, sientes, sufres, pero fuiste feliz, te compensa. Mentalmente has hecho ‘click’, tu forma de pensar ha cambiado y ahora eres más positiva, te ha sido devuelta la capacidad de entusiasmarte, de sonreír de forma natural, de pensar con claridad, es como si volviese a ti una parte de tu ser para substituir a ese zombi en el que te habías convertido.
Duele, aún duele, muchísimo, pero te ves más capaz. El dolor emocional no tiene calmantes, si te duele la cabeza tragas un ibuprofeno, si pillas un resfriado te tomas un paracetamol y se acabó, pero si te destrozan por dentro o te sacudes el polvo  y sigues con tu vida, o te hundes (preferible escoger opción A).
Pasan meses, ya que el proceso es lento, en mi caso lo fue, y te vas recuperando hasta que llega un punto en el que el dolor es casi imperceptible, lo has superado, es decir, has aprendido a vivir con la ausencia de esa persona pese a que tus sentimientos sean casi los mismos. Dejas de tener la necesidad de pensar en él, incluso eres capaz de no hacerlo durante un día (todo un logro) y ya no te acuerdas de él con todas las canciones, los chicos y  las palabras que empiezan por su inicial; solo a veces sientes un ramalazo de nostalgia, hay olores, objetos, personas, que sin poder evitarlo te evocan su recuerdo, pero es momentáneo y dura poco.
Y finalmente llegamos al tramo final, has vuelto a ser tú, pero sin ser tú. Una vez leí algo así como ‘amores que duelen son amores que marcan’, pues bien, yo había sido marcado y ello conllevaba una serie de consecuencias:
  1.            Te cuesta el doble confiar, ya que al conocer a gente nueva e incluso con gente que conocías previamente, no puedes evitar el miedo a que te hagan el mismo daño o peor (y con todo lo que ya nos había costado superarlo…) Te vuelves muy crítica.
  2.      .      El tema romántico te deja un regusto agridulce, tanto con los libros, como la tele o situaciones reales, sencillamente sientes que jamás volverás a estar lista como para ponerte esa diana en el pecho que conlleva enamorarse, y después de ciertas experiencias dejas de soportar las gilipolleces de las novelas y películas que tanto te gustaban antes, las encuentras falsas y surrealistas, pocas se acercan a lo que verdaderamente es, y ya no te emocionas tanto con ellas. Lo mismo con la gente que te rodea y sus relaciones amorosas (puaj).
  3.            Por supuesto has aprendido a apartar de un manotazo a todo el que lleve pintado en la frente ‘posible, probable y futuro novio’ ya que no hay nada que te apetezca menos en ese momento que otra relación (antes un tiro en toda la cara), y tu nueva actitud ante el género masculino en general, es ‘tampoco es necesario un novio para ser feliz, con lo bien que se está soltera’ (autoengaño), sí que es verdad que la estabilidad sienta genial pero a veces no puedes evitar echarlo de menos, aun que no lo admitas.
  4.  4.       Y por último, diría yo, (he generalizado bastante porque si nos ponemos meticulosos sigo aquí escribiendo para navidad) llega el momento en que comienzas a sentir algo por alguien y te gusta, mucho, cada vez más. Momento del caos emocional; no sabes qué hacer, ¿te lanzas?, ¿esperas?, ¿volverán a hacerte daño?, ¿mejor prevenir que curar? Estás tan preocupada por qué debes hacer o sentir que el momento se te escapa entre los dedos y naturalmente haces lo que mejor se te da desde hace tiempo, fingir qué no pasa nada; ignorar las mariposas, las pulsaciones aceleradas, el olor de su colonia, ignorarle incluso a él porque ‘nadie derribará este muro, todavía no’ y lo que viene a continuación es la toma de decisión, pero eso ya es algo demasiado personal, lo dejo a vuestro suponer.

Y bien, hasta aquí mi ‘’resumen’’ de las consecuencias del amor (pongámosle comillas al testamento que os he dejado). Como veis, llegados a este punto, me lo tomo todo con cierto humor, en un intento desesperado de normalizar la situación, es mi forma personal de afrontarlo.

Espero que os haya gustado, quizá os sintáis identificados o quizá solo os he hecho perder un precioso tiempo de vuestra vida que jamás recuperareis (porque ahora es mío, já) y ante eso solo puedo decir que no lo siento nada. Hasta la próxima. 

Nora.