He vuelto a sentir
así, de forma casi imperceptible la necesidad imperiosa de escribir, y como
siempre ha sido sobre algo que lleva rondándome por la cabeza muchísimo tiempo.
Se acercan los 18,
cada minuto, cada segundo, los tengo más cerca, acechándome a la vuelta de la
esquina. Como toda niña
del siglo XXI me he pasado mi infancia y adolescencia esperando con ansia mi
decimoctavo cumpleaños, mientras la televisión, Internet, las revistas y
todo lo que me envolvía retroalimentaba en mi cabeza la idea de que esa
cifra es como una puerta a la libertad, el último escalón necesario para ser
una persona independiente, para tomar mis propias decisiones. Al fin y al cabo,
quién no ha recorrido los pasillos de este castillo en el aire en su
adolescencia, cuando sus padres le han castigado sin salir, cuando ha escuchado
anécdotas universitarias ajenas o cuando se moría de ganas de no compartir casa
con su familia y tener un momento de intimidad para variar.
En este contexto se
esperaría de mi que estuviese pletórica de alegría, contando los días y sin
embargo, me he visto, sin quererlo ni beberlo, en el más absoluto desprecio
hacia los dieciocho.
Sí, claro que quiero
entrar a las discotecas de +18, claro que quiero viajar sola, votar y ser
considerada una adulta por todo el mundo ¿pero, luego qué?
Terminaré el
instituto, predigo que con notas bastante aceptables, y con mucha suerte
entraré en la universidad que quiera, a estudiar lo que me gusta, mientras sigo
estudiando idiomas paralelamente y me saco el carnet de conducir, después quizá
haga un máster, luego buscaré un trabajo que se ajuste a mi currículo, en
el que gane suficiente como para independizarme y, si soy afortunada, daré
con él y podré permitirme un diminuto y coqueto piso en el centro y luego…
Uy, espera un
segundo, que en un momento he planeado como siete años de mi vida, así, sin
más.
Qué ganas de correr
tenemos, más que de correr, ¡volar! Vamos volando por la vida, siempre
planeando lo que viene después, desde pequeñitos nos han enseñado a planificar
cada detalle al milímetro, preocupados por si todo es lo mejor que puede ser,
para no vivir en el caos y el desorden, para no ser de esas personas que ‘van
por la vida a lo loco’, porque sería el fin de la civilización tal y como la
conocemos.
Es curioso porque a
mí lo que más me aterroriza es ir por esta vida ‘a lo cuerdo’. Y mira que soy
una persona a la que le gusta que las cosas salgan bien, según lo planeado,
esforzarte en algo y poder observar el resultado perfecto y pulcro de tu
esfuerzo, especialmente si se materializa en cuestión de notas. Pero luego me
invade ese sentimiento de decir ¿y para qué tanto esfuerzo? Sí, esa nota va a
contribuir a una media que decidirá si entro en la carrera que deseo, que me
permitirá acceder a ese máster, un máster que me abrirá las puertas a aquel
empleo, sí, ese que logrará que pueda permitirme el pisito en el centro y… ¿Lo
veis? Es el cuento de la lechera.
Esa forma de pensar,
esa mentalidad planificadora y perfeccionista, casi obsesiva, que nos inculcan,
no parece contar con el libre albedrio, ley de Murphy, como queráis llamarlo,
el caso es que con que os falle una parte del plan, se os viene todo abajo y es
ahí cuando acabáis haciendo algo que no os gusta, cuando tenéis empleos que os
amargan porque hay que trabajar para vivir, cuando os casáis porque es lo que
se hace, y llegáis quemados a vuestras casas todas las noches, cansados de
vivir una vida que no es la que imaginasteis, porque algo se cruzó en vuestros
planes. ¿Porqué no dejamos de imaginarla y la vivimos un poco?
Cuando hablo de mis
grandes planes, siempre hay algún adulto que me salta con ‘bueno, tú no te
ilusiones tanto, que la vida da muchas vueltas y no sabe uno donde acabará’.
¿Y no es acaso ese
motivo suficiente para ilusionarse? ¿Acaso ser adulto significa perder la
ilusión y la pasión por lo que está por venir?
Los adultos de mí
alrededor han perdido sus pasiones, o bien las han rebajado al límite de lo
común, de lo normal, de lo que cabe esperar de ellos.
Como si estar loco
por la música, los sabores y las experiencias nuevas, tener las emociones a
flor de piel, enamorarse con una intensidad arrolladora y sentir el sufrimiento
magnificado, tan solo perteneciese a una franja de edad, como si no estuviese
permitido ser seres llenos de vida una vez se ha madurado.
A tal punto hemos
llegado que cuando conocemos a un adulto apasionado lo catalogamos
automáticamente de raro, de loco, como si no viviese de acuerdo a su edad y esto nos
choca. Todos tenemos o hemos tenido algún profesor de esos que se emociona
dando sus clases, que le pone unas ganas increíbles y ¡qué casualidad!, siempre
son los que más huella nos dejan, los que más nos influyen y a los que más
admiramos. Planteémonos porqué.
Pues bien, yo estoy
aterrorizada de cumplir los dieciocho, aterrorizada de convertirme en lo que se
espera de mí, de verme obligada a meterme en esa cajita asfixiante a la que
llaman ‘normalidad’. Porqué ser quien soy, ser esta persona extraordinaria en
su singularidad, tan unida a sus pasiones como a sus miedos, que adora hasta el
más mínimo de los placeres y no se priva de disfrutarlos,
un híbrido entre hedonista y excéntrica, me encanta, ser quien soy
me fascina, y si esto solo se debe a la adolescencia,
entonces quiero vivir siempre apegada a ella, no me tratéis nunca como a una
adulta, no quiero serlo.
No planeéis el
mañana, dejad que fluya y si planeáis que sean locuras, no os privéis de todo
aquello que verdaderamente queréis hacer por si no encaja, será aquello para lo
que echéis la vista atrás con canas en el pelo, arrepentidos de no haber sabido
ver más allá de las apariencias.
Por el amor de dios,
dejad que la vida os sorprenda de vez en cuando, no hay una edad que os libere,
solo vosotros tenéis la llave para vuestra felicidad, si siempre pisáis sobre
seguro ¿qué gracia tiene tener dieciocho o veinticinco?
Yo no quiero ser
esclava de la normalidad, ni una muerta en vida, desgraciadamente me la han
planificado, al menos hasta el 9 de Junio y aunque eso me lleva por el camino
de la amargura, después me he prometido a mi misma que viviré como en una
adolescencia perpetua pero con la madurez de una adulta, con lo mejor de los
dos mundos y siendo la mejor versión de mi misma, todos los días y ese es mi
único plan.
PD: Para quien quiera
que lea este testamento, si de aquí a diez años me ves por la calle, pregunta
sobre mi por ahí, y si te hablan bien, la próxima
vez que me veas, puedes escupirme por hipócrita.
-Nora.